martes, 15 de noviembre de 2011

EL DÓLAR DESNUDA LAS FALACIAS DEL MODELO.

FIN DE FIESTA

por Jorge R. Enríquez (*)

Cualquier semejanza que el lector halle entre el título de esta nota y el de la conocida novela de la excelente escritora Beatriz Guido es pura coincidencia. No descarto, por cierto, que alguien que memore el texto llevado a la pantalla por ese genial director de cine que fue Leopoldo Torre Nilsson en 1960 le vendrá a la mente la familiaridad de circunstancias y personajes que se repiten a lo largo de nuestra historia que con llamativa periodicidad.
Es que la obra, ambientada en “la década infame”, nos evoca un sórdido pasado signado por políticos que hacen un culto del clientelismo, de la exacerbación personal de su figura y de un férreo ejercicio del poder hasta el extremo del autoritarismo, desbordando la legalidad constitucional.
En tiempo presente advertimos que la fiesta, por lo que parece, termina más rápido de lo que se creía.
A las insólitas medidas sobre el mercado cambiario, que ya hemos comentado, se sumó un anuncio que - ¡alguna vez tenía que ocurrir! - va en el buen camino., pero que es tardío y, por ahora, insuficiente: la reducción de los subsidios a los servicios públicos como la energía y el transporte.
El nivel de subsidios de la última década tiene una magnitud extraordinaria. Que haya podido mantenerse a lo largo de un período tan extenso indica a las claras la potencia de ese "viento de cola" que empujó a la economía argentina en estos años, y logró disimular - y hasta hacer aparecer como virtudes para sus promotores - las significativas inconsistencias de las políticas macroeconómicas llevadas adelante por el kirchnerismo, en especial desde el final del gobierno de Néstor Kirchner y, de manera más notoria, en todo el período de su sucesora.
Alguna vez nos referimos a lo insostenible que era en el largo plazo que nuestro país enfrentara un escenario extremadamente delicado, a partir de la crisis energética, de una inflación reprimida y de una desordenada política de subsidios sostenida en un superávit fiscal que sólo existe por la continuidad de instrumentos de política impositiva distorsivos, como las retenciones y el llamado impuesto al cheque.
Los subsidios no son malos "per se". Se instrumentan en todo el mundo. La cuestión es su magnitud y la forma de su aplicación.
El exceso en la política de subsidios no es sustentable en el tiempo: demanda cuantiosos recursos que no es posible asignar ilimitadamente.
Pero, por otro lado cuando son generalizados constituyen una fuente de inequidad. En efecto, debemos partir de la idea, que tantas veces repetimos, porque creemos que es la clave para la adopción de cualquier política pública, de que -como dicen los norteamericanos - no hay almuerzos gratis. Esto significa que si yo no pago un almuerzo, lo paga otro, otros o la comunidad en su conjunto. Enfocado así el problema se trata de conocer quién es el que paga y si es justo que pague.
¿Es razonable que una persona de clase media alta abone monedas por la energía eléctrica o la friolera de $ 1,10 por un viaje en colectivo o subte? No, no hay motivo para que la sociedad le subsidie de tal forma sus viajes. ¿Está bien que una persona pobre pague eso? Sí, y es justo que la diferencia la sufrague toda la comunidad. Desde luego que todo esto debe ser acompañado de una estructura tributaria equitativa, en la que aporten más los que más tienen.
Según fuentes del sector, el boleto de colectivo debería valer, sin subsidios, alrededor de 4 $, es decir casi cuatro veces más de lo que hoy cuesta en la Ciudad de Buenos Aires.
¿Recién ahora advirtió el gobierno que los subsidios, así diseñados, no se pueden mantener? Desde hace muchos años voces muy serias vienen alertando sobre este tema. Una política sensata hubiera sido ir disminuyendo los subsidios muy gradualmente y del mismo modo ir incrementando las tarifas, estableciendo excepciones o mecanismos compensatorios para quienes menos tienen. Lo adecuado es subsidiar la demanda, no la oferta, entre otras razones porque este último tipo de subsidio
abre la puerta a manejos oscuros, a excesiva discrecionalidad de los funcionarios e, inevitablemente, a la corrupción.
Los usuarios se habrían acostumbrado a que el transporte o la energía no son gratis. 

De paso, en materia energética, esto habría generado un uso racional de la energía mucho más eficaz que la apelación permanente a costosas propagandas: si es necesario cuidar la energía, no es razonable ponerle un precio que invite al derroche.
Pero nada de esto se hizo cuando había vacas gordas y deberá hacerse de apuro y mal cuando las vacas ya empiezan a adelgazar.
Hay un agravante: el congelamiento de tarifas, junto al dólar barato, eran las anclas destinadas a que la inflación no subiera demasiado. Hoy tenemos una de las inflaciones más altas del mundo, pese a tales congelamientos, de manera que tanto una devaluación como una corrección tarifaria impactarán en el nivel general de precios de un modo bastante peligroso.
En definitiva, es saludable que el gobierno abra los ojos a la realidad, aunque lo haga de manera tardía. Es sugestivo que este descubrimiento se produzca a tan solo horas del triunfo electoral del 23 de octubre. ¿Cuántos otros descubrimientos habrá en las próximas semanas? ¿Cuántos problemas escondidos bajo la alfombra saldrán a la luz?
Las fiestas, como los almuerzos, nunca son gratis. 

Esta duró mucho. Ahora nos empezarán a llegar las facturas.
(*) El autor es abogado y periodista
Viernes 11 de noviembre de 2011
Dr. Jorge R. Enríquez     

jrenriquez2000@gmail.com
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